18 agosto 2006





Publicado el 3 de julio de 2003



El fallo del guionista

Santiago González

El Padrino. Secuencia XXX. Restaurante de Jack Dempsey en Broadway y coche de Sollozzo. Exterior/Interior noche.

Michael Corleone es recogido en un coche por el mafioso Sollozzo y el corrupto capitán de policía McCluskey, implicados en el frustrado asesinato de don Vito Corleone, nada personal, sólo cuestión de negocios. Se han citado para conjurar la guerra de familias por la civilizada vía del diálogo. Por si acaso, McCluskey (inolvidable Sterling Hayden), le cachea con eficacia profesional mientras viajan. En la secuencia siguiente, ya sentados a la mesa, en el restaurante Louis, del Bronx, el joven Corleone pide permiso a sus interlocutores para ir al servicio. Una vez allí, busca en la cisterna del retrete y extrae un objeto. Es una pistola. Michael vuelve a la mesa y, sin sentarse de nuevo, tal como le había recomendado Clemenza, apunta al capitán McCluskey, aprieta el gatillo y un chorro de agua acierta de lleno en el entrecejo del policía.
El incidente da origen a un escándalo durante el cual, el capitán denuncia que Michael Corleone es un hombre de la mafia del ladrillo de Nueva Jersey y está implicado en una trama que desea quitárselo de encima para proteger los intereses de los constructores neoyorquinos, temerosos del insobornable McCluskey. Supongan ustedes, aunque sea mucho suponer, que Mario Puzo le presenta la historia que acaban de leer a su coguionista y director en 1970. «No es que me disguste el planteamiento», le habría dicho seguramente Coppola, «pero no me seas zoquete, Mario. Si quieres que la historia tenga sentido, pon una pistola de verdad en la cisterna».
O sea, que la mafia de Alcorcón, sostiene Simancas, sabedora de que con su presidencia se iba a acabar el mamoneo de la recalificación, se conjuró con el PP para impedirlo. La solución era un golpe de Estado para alterar la voluntad popular y preservar los intereses económicos del trust del ladrillo, primos hermanos de los intereses políticos del Partido Popular. Los camioneros chilenos contra Allende, los constructores de Madrid contra Simancas, siempre la misma historia. En esta ocasión, en lugar de enviar al pequeño de los Corleone, recurrieron a las manzanas podridas que hay en toda familia decente.
Causa mucha admiración que los corruptores conocieran mejor el tejido humano de la lista de Simancas que el propio partido en el que militaban, desde el candidato hasta Zapatero, pasando por José Blanco, muñidor de los apoyos que el líder máximo necesitaba para triunfar en el congreso. Ya se sabe que los hijos de las tinieblas salen a menudo más despiertos que los hijos de la luz, qué se le va a hacer.
Una vez montada la trama, seleccionan a los diputados corruptibles, los despojos humanos, esos judas iscariotes que van a traicionar a Simancas, con el fin de recalificar el Huerto de los Olivos y explanar el monte Gólgota para construir en él unos adosados en una operación de un billón (con b de burro) de pesetas. Entonces van los sicarios y actúan para que Concepción Dancausa asuma la presidencia de la Asamblea, en vez de esperar el momento oportuno para impedir con un solo acto la investidura del candidato socialista, para qué gastar pólvora en salvas, por qué utilizar una pistola de agua en vez de una de verdad. No era muy difícil. Bastaba con ver ‘El Padrino’ o repetir lo que hicieron los tránsfugas José Luis Barreiro en Galicia, Gomáriz en Aragón y Nicolás Piñeiro en Madrid. Tres intervenciones precisas, en el momento adecuado para dar la presidencia de otras tantas comunidades autónomas al Partido Socialista, sin que nadie calificara aquello de golpe de estado. ElPSOE también fue el perjudicado en alguna ocasión. En 1989, el comunista Tamames votó junto al CDS y AP para quitar la alcaldía de Madrid al socialista Barranco y dársela al centrista Rodríguez Sahagún.
Examinemos el relato del diputado Tamayo. La historia entera adquiere sentido, si se parte de que en su versión hay un punto de verdad: que los renovadores por la base se consideran a sí mismos el 40% del éxito de Zapatero. Por eso figuraban en las listas, no porque José Blanco estuviera absolutamente persuadido de su honestidad socialista. Por eso reclamaban los Balbases su parte del botín en el gobierno de la comunidad madrileña. Por eso veían con preocupación un pacto con Izquierda Unida que iba a entregar a Fausto el 40% de cargos que en justicia les correspondían a cambio del 7% de los votos. Dieron la espantada el día de la constitución de la Asamblea como un primer aviso, creyendo quizá que eso obligaría a la jerarquía socialista a negociar con ellos. Por eso no paraba Tamayo de anunciar que él votaría a Simancas con la condición de poder hablar antes con José Luis Rodríguez Zapatero.
Es sólo una hipótesis, pero es que la historia de Simancas, amén de carecer también de pruebas, nos lleva fozosamente a una de las conclusiones siguientes: A) ésta es una trama de gilipollas. Una mafia así no le aguanta dos asaltos a la más insignificante de las familias de ‘El Padrino’. Qué digo a una familia, para acabar con éstos se habría bastado solo Fredo Corleone, el tonto de la familia. B) El guionista que ha construido esta historia toma por gilipollas a sus votantes y a los espectadores, nosotros mismos. C) El gilipollas es el propio guionista.
La respuesta, como siempre, en el periódico de mañana o después de la publicidad, en los medios audiovisuales.

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